Escrito por Roberto D. Hernández en San Diego Union Tribune, traducido por Black Samurai.
Como profesor de estudios chicanos en la Universidad Estatal de San Diego, a menudo me preguntan ¿qué es un chicano? Sin embargo, prefiero esbozar primero lo que no es un chicano. Chicana y chicano no son identidades étnicas, como a menudo se malinterpreta. En realidad, son identidades políticas que su portador elige: afirmaciones arraigadas en los movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970 y, basadas en la reivindicación de los derechos, valores, lenguajes, conocimientos y tierras de los pueblos indígenas a lo largo de todo el continente.
Algunos notan que surge tras un cambio generacional hacia un momento más radical, parecido a la transformación que ocurrió de los derechos civiles al Black Power después de Watts en 1965. Una cosa es clara: los fundamentos espirituales y políticos del Movimiento Chican@ exigían la autodeterminación o capacidad de determinar colectivamente el futuro de uno mismo. En un contexto en el que la mayoría de las etiquetas étnicas y raciales estaban imbuidas de poder, de modo tal que, independientemente de su origen particular, muchos de piel morena serían vistos como “mexicanos sucios” o “indios sucios”; la noción de autodenominación era crucial para la autodeterminación. Así es como, a menudo (desde la Conferencia Nacional de la Juventud y la Liberación de 1969 en Denver hasta el Chicano Park y los barrios de Texas), se aclama a chicano como el primer nombre que nos dimos, reconociéndonos mutuamente como pueblos indígenas desarraigados, a pesar de la colonización y el mestizaje racial que hemos vivido. Centrándose en una visión trans generacional, algunos identifican una transición del período mexicano-americano al período chicano. Pero esta perspectiva es cierta, sólo parcialmente.
La realidad es más compleja, pues lo anterior asume: tanto que los mexicoamericanos eran pasivos y que estaban orientados hacia la asimilación de la blancura, como que el chicano era militante y rechazaba las normas sociales dominantes anglosajonas. En verdad, no todas las personas de “piel morena” eran exclusivamente mexicano-estadounidenses, algunos procedían del Caribe y otros países de América Central y del Sur, mientras que otros eran, o son, Chumash, Luiseño, Tongva, O’odham, Tewa, Apache y una miríada de otras nacionalidades indígenas, pero que fueron “mexicanizados” o leídos como mexicanos en virtud de la dinámica de poder existente durante los dos últimos siglos. El modelo generacional también borra formas de expresión muy reales basadas en lo comunitario, formas de resistencia laboral, política y cultural anteriores al Movimiento Chicano que fueron practicadas entre los diversos pueblos multicolores que, con el tiempo, llegaron a llamarse chicanos.
El 6 de febrero de 1970, una columna de Los Angeles Times escrita por Rubén Salazar y titulada “¿Quién es un chicano? ¿Y qué es lo que quieren los chicanos?” comenzaba así: “Un chicano es un mexicano-estadounidense con una imagen no anglosajona de sí mismo”. Salazar llamaría a la autoidentificación “un acto desafiante y una insignia de honor”. La línea inicial, el prestigio y el destino de Salazar, quien fue asesinado por un asistente de alguacil del condado de Los Ángeles más tarde ese año, ayudó a cimentar una idea de chicano limitada a los mexicoamericanos. Toma un diccionario hoy y encontrarás una variación de dicha definición, con la autodeterminación y la autodenominación arrojadas por la ventana.
Sin embargo, la última parte sigue sonando cierta. Ser chicano hoy, como ayer, es un acto de desafío y una insignia de honor que pone en primer plano la conexión histórica de la Raza (mexicano, hispano, latinx o como sea que uno se llame), con los diversos pueblos originarios de este continente que han migrado en todas direcciones, independientemente de las fronteras relativamente recientes erigidas por el hombre. Aquellos que llevan a cabo esa autodenominación de chicano, chicana o chicanx, son herederos de generaciones de resistencia, desafío, resiliencia y dignidad.
En medio del debate sobre los sufijos a / o, xo @, que surgen de una crítica de la naturaleza de género (a / o) del idioma español, algunas chicanas destacan las difíciles batallas para lograr que se reconozca la -a; mientras que otros señalan que ese problema es un debate lingüístico interno del español y que complica aún más el trabajo de revitalización cultural y de la lengua indígena.
Aquí en San Diego, vale la pena mencionar otra “x” importante, presente en MeXicano, de donde viene el sonido de la chen chicano. Los primeros documentos del movimiento local revelan la prevalencia de la inflexión náhuatl Xicano, cuyo significado es una afirmación indígena de nuestra conexión con la Tierra. Esta es una de las razones, junto con los vínculos con los Kumeyaay y el enfrentamiento con la frontera que crea la división entre “mexicanos” y “nativos americanos”, por las cuales San Diego fue un epicentro indigenista del movimiento chicano.
Muchos de nosotros continuamos luchando contra la violencia que representan las fronteras físicas y sociales, luchando en contra de los niños morenos que son enjaulados y separados de sus padres, como lo fueron los niños nativos cuando se les envió a escuelas de americanización. Reconocemos que las recientes caravanas de migrantes son el resultado de los desplazamientos de nuevas generaciones de pueblos indígenas debido a políticas económicas desastrosas y de una catástrofe climática creciente. Chicana / o / xoXicano (en su forma náhuatl original sin la lógica de género a / o del español) sigue siendo un recordatorio constante de la necesidad de descolonizar, de indigenizar, de fortalecer nuestro compromiso, defensa y relación con nuestra Madre Tierra (es decir, prácticas y políticas sociales y políticas ambientalmente sostenibles), por el bien de la supervivencia no sólo de un pueblo o cultura, sino por el bien de toda la humanidad y toda la vida tal como la conocemos en esta roca flotante en el cosmos.
Hernández es miembro actual de la junta del Centro Cultural de la Raza y vive en La Mesa.